Estamos en los días previos a las fiestas navideñas, y los buenos deseos se repiten de manera machacona una y otra vez: ¡Buenas fiestas!, ¡Que rengáis buen año!, ¡Feliz Navidad!, ¡Urte Berri on!, etc. y así hasta lo que queramos. A veces pienso que las formulas de cortesía, como estas, sirven de poco si no las aplicamos en nuestra vida diaria, y los buenos deseos, los complementamos con el ejercicio de las acciones necesarias para que se hagan realidad. Sin duda cada uno de nosotros estamos limitados a lo más próximo, pero si en esos campos actuamos pensando en los demás y no solo en nosotros mismos, seguro que algo ayudaremos a que las personas, mas o menos cercanas, sean un poco más felices.
En una sociedad global, en la que convivimos personas de distintos orígenes, culturas, religiones, etc. no es fácil actuar dentro de lo políticamente correcto, sin que haya personas que se sientan ofendidas. Sobre todo cuando hay un cierto fundamentalismo religioso: lo nuestro es lo que vale y los demás están equivocados.
Seamos indulgentes con nosotros mismos y así también lo seremos con los demás. ¿O es al revés?