En un mercado cualquiera, de cualquier lugar de España, donde los animales  se exponen para su venta a terceros, aves de corral, vacas, cerdos, burros, caballos, etc. se encuentran un comprador, Ramiro, con el vendedor, Feliciano.

Ramiro: -Hola muy buenas, ese gallo que tiene usted allí, con esa cresta y ese porte tan importante, ¿ cuantos años tiene?

Feliciano: -Buenas. Años no, tiene justo doce meses.

 – ¿ Estará ya en condiciones para meterlo con las gallinas? Ya me entiende, que pueda cubrirlas para poder conseguir polladas.

 –  Hombre, por favor, este gallo tiene pedigree, es valiente como el solo, tengo otro gallo un poco más viejo que él y los he tenido que separar porque si no se matan entre si por disputarse las gallinas.

– ¿Y cuanto pide por él?

– La verdad es que lo he traído para exponerlo, por si puedo conseguir el primer premio del concurso y sin ningún interés en venderlo, pero si a usted le interesa tanto yo se lo puedo vender por 100 euros, eso sí después de que fallen quien gana los premios.

– Hombre 100 euros me parecen muchos para un gallo que no se puede demostrar que sea un buen macho y por lo tanto un buen padre para las polladas. Creo que con 30 euros ya está bien pagado, porque si no responde a las expectativas, al final acaba en la cazuela y claro, ese guiso parece bastante caro.

Después de un regateo fuerte, uno que 100, otro que 30, ni para ti ni para mi, 60, 40, queda fijado en 50 euros el precio final.

Ramiro se queda con el gallo y lo traslada hasta su casa, contento porque va a poder rejuvenecer el gallinero y tener pollitos en la próxima primavera que puedan convertirse en carne un par de meses más tarde. 

Suelta el gallo en su corral, donde éste se encuentra con el gallo viejo.

Gallo joven: -aquí solo puede haber un jefe, así que tu sobras. ¡puerta!

Gallo viejo: – Oye, podemos llegar a un arreglo, aquí hay sitio para los dos. A mí me dejas las tres o cuatro gallinas viejas que están con el cuello medio pelao y te quedas con las gallinas jóvenes.

– Te dije que aquí hay sitio para un solo gallo, y ese soy yo. ¡ Largo! Ya estas tardando.

– Mira que yo te puedo ayudar, que la experiencia es un grado y hay algunas gallinas, que me las conozco bien, que te pueden hacer la vida imposible.

– Mira que eres pesao, te digo que te vayas que ya me las arreglare solo.

– Ya veo que no hay manera de que podamos compartir el gallinero, pero que te parecería que hagamos una apuesta. Hacemos una carrera y el que gane se queda. Por lo menos, si pierdo no va a ser tan duro para mi dejar este corral.

-¿Una carrera? Pero si te puedo ganar aun dándote treinta metros a cien.

– Yo no voy a despreciar la ventaja que me des, pero no quiero tanto, con diez me conformo.

– Pues esta tarde cuando baje el sol y no haga calor, hacemos la carrera.

Pasan las horas y ya hacia las seis de la tarde el gallo joven se dirige al Viejo.

– Que, ¿ya es buena hora para ti?

– A mi me vale, marca la distancia y los puntos de donde salimos cada uno.

Así lo hace y la carrera va a dar comienzo.

– A la de tres comenzamos a correr, Uno, dos, ¡tres!!

En gallo viejo va delante y mantiene la ventaja durante los primeros cincuenta metros, pero poco a poco se ve que el joven se va acercando poco a poco y cuando faltan unos diez metros para llegar ya le va picando las plumas de la cola. De pronto se oye un disparo, que tragedia, el gallo joven cae muerto.

Con la escopeta todavía humeante, se oye decir a Ramiro, que ha estado contemplando la carrera:

-Ya es desgracia la mía, este es el tercer gallo que me sale de la otra acera en un mes.

Moraleja, la experiencia es un grado y las cosas no siempre son como parecen.