Decía el otro día, que contaría nuestra visita al municipio de Zafra. Encontramos el centro de la ciudad y allí dejamos el coche para poder callejear un rato. Después de unas horas conduciendo, nada mejor que pasear para desentumecer los músculos. Tenemos que buscar hotel, y para ello, nos dirigimos a la oficina de turismo. La encontramos, muy cerca de un parque, y allí nos dieron información de hoteles y también de una serie de monumentos o puntos de interés para poder visitar antes de la hora de cierre. Visitamos el Parador de Turismo, el patio, situado en un castillo medieval. Una pequeña capilla de las Clarisas, que estaban rehabilitando y donde las monjas hacían oración cantando. La iglesia principal, muy oscura, impresionante en cuanto edificio. El Ayuntamiento con su patio y el primer piso con una galería porticada. Dos plazas, una grande y otra pequeña, con encanto las dos ya que están enmarcadas por edificios muy interesantes. Bueno, hemos hecho un pequeño recorrido y hay que buscar alojamiento para esta noche. El hotel es pequeño y antiguo, no tiene ascensor, pero limpio y agradable. El recepcionista que nos atiende tiene acento argentino y ante la pregunta sobre encontrar un lugar donde cenar, nos sugiere tres restaurantes. Antes de buscar cualquiera de los sitios sugeridos, nos sentamos en la entrada al parque, que teníamos delante del hotel, y allí, degustamos una cerveza, que, todo hay que decirlo, a mi me supo a gloria. No habíamos tragado polvo en el camino, pero aun así despejaba el gaznate.
Cerca de nosotros, en el bar del parque, había algunas madres con sus hijos que jugaban alegremente y nos dijeron como se llamaban y donde vivían. Un poco más lejos, un señor tomaba algo en otra mesa y su perro descansaba, al igual que el dueño, en una silla. Era un perro pequeño que acabo en las rodillas del señor y que los gritos de los niños y su acercamiento a donde él se encontraba no parecía incomodar-le para nada. Elegimos un restaurante al azar que creo se llamaba "la Josefina". Puesto con gusto y agradable a primera vista, elegimos una mesa ya que en ese momento eramos los únicos clientes. Nos atendió una mujer de mediana edad que nos proporciono la carta y a la que le preguntamos por alguna de las especialidades de la casa. Comimos unos primeros platos de manera compartida: alcachofas rellenas al horno, una ensalada con frutos secos y perdiz con salsa de frambuesa y de segundo yo tome rabo de ternera, que en honor a la verdad, he de decir que estaba exquisito. De postre uno de la casa, y para finalizar, después del café, un chupito de licor de bellota.
El viaje no ha terminado, ya que seguimos a Sevilla, continuare con ese relato otro día. Pero yo quería contar otra cosa, se trata de una historia humana que hace 50 años no nos llamaría la atención y ahora parece que nos sorprende. Se trata de la visita al "Tío Nicolás"