Viajar es un placer, y más en primavera
En una semana, a finales de marzo y primeros de abril y en tres días intensos, nos ha permitido visitar una zona para mi desconocida en esta época del año, Extremadura. Salir de Irun por carretera y a través de Vitoria, Burgos, Palencia Valladolid, Salamanca, donde hay que parar a comer, ya que la hora y el estomago así lo demandan, llegar a Jaraiz de la Vera donde ya a media tarde hay que buscar acomodo para descansar los cuerpos fatigados en un hostal de este municipio y desde su ventana tener las primeras imágenes de los cerezos en Flor. La habitación austera pero limpia, la cena con productos de la tierra, excelente pero excesiva en la cantidad de las viandas, obligaba a no terminar lo que en los platos salio de la cocina y a quedarse más que satisfechos.
Después de un sueño reparador y de un desayuno frugal, hay que retomar el camino hacia el Valle de Jerte para ver si la eclosión de los cerezos se ha producido. El camino elegido no es el recomendado por los mapas de carreteras, ni por ese aparato llamado GPS, que mi familia me hizo el favor de regalarme con motivo de mi último cumpleaños. La carretera es de montaña y estrecha, tanto que para cruzarse dos coches hay que parase prácticamente. A un lado la ladera del monte, al otro el precipicio, mi compañera de viaje se agarra fuertemente al asiento y de vez en cuando su voz suena fuerte advirtiéndome de un imperceptible peligro. El GPS no reconoce, al parecer, la carretera por la que transitamos y a pequeños intervalos de tiempo repite de una manera machacona: “cambie de sentido en el primer lugar donde le sea posible”. No le hago caso y al final tengo que apagar el dichoso aparatito. Pasamos dos pequeños pueblos en plena montaña, para ir a parar a la carretera N-110 que nos lleva a los pueblos del Valle de Jerte, donde es parada obligada el que da nombre al Valle. La vista en esta vertiente del valle, bien merecía la pena en la elección de la ruta Hay mercadillo en la plaza principal y cosa rara, entre las personas presentes me topo con un conocido que vive en Irun. Los cerezos no están en su apogeo de floración, pero aun así se puede percibir la belleza, que debe ser superior cuando eso se produzca.
Un café en uno de los bares, unas fotografías de recuerdo del lugar, y de nuevo otra vez al coche para tomar la dirección de Plasencia, otra vez habrá que entrar a visitarla, y sin entrar en ella nos dirigimos hacia el municipio de Castañar de Ibor, cuna de uno de los abuelos de mi mujer. El camino es largo, pero la carretera es buena, las encinas están en flor y aquí y halla vemos piaras de cerdos negros, ibéricos, que seguro harán las delicias de más de uno en un futuro cercano. El pueblo nada tiene que ver con el recuerdo que desde su niñez guardaba en su memoria, expuesto por su madre. Un pueblo bien comunicado por carretera en el que los recuerdos del pasado, las monturas de acémilas, caballos, burros, etc. como únicos modos de moverse hacia otros lugares, además del lógico, y viejo, del coche de San Fernando: “Un rato a pie y otro andando” han quedado en eso, en recuerdos. Parada para las fotos de rigor con el cartel del municipio donde queda constancia que allí estuvimos. Seguimos camino hacia Zafra, donde pernoctamos después de visitar sus calles y algunos de sus monumentos más emblemáticos.
En la siguiente entrega, espero poder explicar algunos sucedidos en este municipio y en nuestra siguiente estación en Sevilla.
5 de abril de 2006